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La síntesis de la fatalidad
- Por ayaso
- 30 de Julio de 2022 a las 12:08
Estamos viviendo un verano especialmente tórrido. Y lo peor de todo es que puede ser el primero de muchos otros que vendrán en el futuro. Fernando Valladares, un ecólogo del CSIC, ha dejado una frase que han recogido como titular muchos medios: «Este verano probablemente sea el más fresco de lo que nos quede de vida». Ya está aquí el cambio climático que negaba el primo de don Mariano, el registrador de la propiedad. Por la calle, en los bares y comercios escucho a la gente expresar su pesimismo y su miedo.
Hace unas semanas, volviendo de Galicia, pasé la noche en el establecimiento que una conocida cadena de hoteles baratos tiene en Móstoles, junto a la M-50. Por la mañana, antes de volver a la carretera, me di un paseo por la villa madrileña cuyos alcaldes declararon la guerra a Napoleón en un famoso bando firmado el 2 de mayo de 1808. Llegué hasta el centro histórico, arrasado por el desarrollismo y la especulación, y me senté a tomar un café frente al ayuntamento, un edificio moderno y anodino. Allí, un individuo que tenía aspecto de funcionario municipal, mirando a la plaza mayor, dijo a su acompañante con tristeza y resignación: «dentro de cincuenta años todo esto será un desierto».
Me vino a la mente el final del Planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968), con una estatua de la Libertad semienterrada en la arena de una playa desierta; me imaginé, a continuación, la torre Eiffel en medio de un Campo de Marte convertido en un espeso matorral de arbustos y malas hierbas, para terminar ante la casa consistorial de Móstoles, semiderruida, habitada por hienas y alacranes, y utilizada como escondrijo por los típicos bandidos del desierto. Pagué el café y emprendí el camino de vuelta. Decidí entonces que la nueva entrada en el blog estaría relacionada con el calor.
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El calor puede ser nuestro aliado en ciertas circunstancias. Creo que fue Fernando el Católico el que dijo que no tenía mejor defensa ante posibles enemigos que Sevilla en julio. Quién era el valiente que ponía sitio a la capital andaluza en plena canícula, mientras el rey descansaba al fresco en los jardines y albercas de los Reales Alcázares.
Pero, por lo general, el calor, sobretodo si es extremo, es más bien causa de reacciones adversas en la mayoría de la población. Está demostrado que las altas temperaturas influyen en las conductas violentas, pues causan estrés, irritabilidad y aumentan la agresividad, junto con ansiedad, falta de concentración e insomnio. Estudios diversos demuestran que en temporadas de calor aumentan los suicidios, los crímenes violentos y la violencia de todo tipo. Cuidémonos, pues, de los idus de julio y de agosto. Quizás sea ésta la razón por la que la Iglesia, siempre sabia, ha institutido las fiestas de la Virgen del Carmen a mediados de julio y de la Asunción de la Virgen el 15 agosto.
Conduciendo por la autovía de Andalucía, cuyo firme parecía reblandecerse por el calor, me acordé de los pogromos de 1391 que, iniciados en Sevilla, se extendieron por todo el valle del Guadalquivir y más allá, por la Meseta (hasta Burgos) y por territorios de la Corona de Aragón (llegando a lugares tan alejados como Barcelona, Girona y Lleida). Como recordaba vagamente las fechas, creí erróneamente que se habían iniciado en el julio sevillano, con lo que tenía un buen motivo para escribir sobre la relación entre violencia y altas temperaturas. Ya en casa, he comprobado que el brote de violencia antijudía se había producido en el mes anterior: la fecha fatídica fue el martes 6 de junio de 1391.
Es probable, sin embargo, que la canícula tuviera cierta influencia en la extensión de los asaltos por otras ciudades castellanas y aragonesas en los meses de julio y agosto de 1391. Si tuviéramos datos de temperaturas podríamos comparar las isotermas con la extensión de los disturbios, pero no los tenemos. No recuerdo ningún estudio de los realizados sobre las matanzas de 1391 que haya mencionado el calor entre las causas del estallido de la violencia. Me temo que estoy entrando en un terreno movedizo, por lo que es mejor que deje de insistir en el asunto.
García de Cortázar, Atlas de Historia de España (2007)
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En realidad, no hay necesidad de buscar más causas para explicar los pogromos de 1391. Hubo tal coincidencia de factores adversos para los judíos que lo que sí sería un problema irresoluble para la investigación es que no se hubiera producido ningún tipo de manifestación violenta.
Las causas del creciente antijudaísmo en la segunda mitad del siglo XIV son de sobra conocidas.
En primer lugar, una aguda y persistente crisis económica y demográfica, la primera gran depresión que vivió el contienente europeo, que se inició con la Peste Negra. Para colmo, las recurrentes crisis de subsistencia típicas del Antiguo Régimen (malas cosechas y hambrunas) vinieron a complicar aún más la salida de la crisis. La presión fiscal se mantuvo, llevando a la ruina a muchas familias, y los préstamos se hacían en condiciones usurarias. Los judíos se convirtieron en objeto del odio popular por su colaboración en la fiscalidad real y señorial y, sobre todo, por su dedicación al préstamo al menudeo en esos tiempos tan convulsos.
En segundo lugar, la otra gran causa del aumento del antijudaísmo en el siglo XIV fue la debilidad del poder real, la única protección efectiva con la que contaban las comunidades judías. Recuérdese las inscripciones en la sinagoga de Samuel ha-Levi Abulafia en Toledo en honor del rey don Pedro. Como demostró el profesor Julio Valdeón, la tragedia de 1391 empezó a gestarse mucho antes, en la guerra civil que llevó al trono de Castilla a la dinastía Trastámara (1351-1369). El pretendiente, Enrique de Trastámara, para vencer a su hermanastro Pedro I, no dudó en agitar la propaganda antijudía de manera irresponsable, porque cuando se abre la caja de Pandora resulta imposible volver a encerrar a las furias y otras fuerzas del mal que han sido liberadas.
En esa centuria, para concluir, la imagen «amable» del judío dio paso a la demonización del mismo (Elie Kedourie, Los judíos de España: la Diáspora sefardí desde 1492). El judío pasó a ser visto como alguien malo por naturaleza, empeñado en vengarse de los cristianos de cualquier manera: envenenando pozos, contagiando enfermedades que le eran propias, ejecutando terribles rituales en los que se mofaban de la pasión de Cristo y de la transubstanciación (crímenes rituales y profanación de la hostia).
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Normalmente, una chispa fortuita desencadena el estallido incontrolable de toda la presión acumulada. Puede ser cualquier incidente nimio: un roce, una pelea, un rumor, una falsa noticia, un incidente que es malinterpretado, la desaparición de un vecino, etc. Una vez producida la explosión, el movimiento se autoalimenta y adquiere su propia dinámica, en la que intervienen miedos, terrores y rumores. Quizás el algoritmo de Google que acaba de predecir la estructura de todas las proteínas conocidas, unos 200 millones de moléculas, encuentre la clave para explicar, y predecir, el comportamiento «irracional» y destructivo de una masa enfurecida.
Uno de los tumultos, tan frecuentes y populares en Springfield
Parece ser que en Sevilla no hubo una chispa de ese tipo, sino que el asalto se inició tras una prédica inendiaria de un agitador que llevaba años alimentando el odio a los judíos en la ciudad. Su nombre era Ferrán Martínez, y no era precisamente un predicador ambulante ni un monje desclasado. Era arcediano de Écija y provisor (administrador) de la diócesis hispalense tras la muerte del arzobispo Gómez Barroso, en julio de 1390, la única autoridad que condenó las prédicas antijudías del arcediano.
Ferrán Martínez desarrolló su actividad antijudía con total impunidad durante, al menos, 14 años, sin que ninguno de los reyes trastámaras (Enrique II, Juan I y Enrique III) pusiera coto a sus manifestaciones de odio, a pesar de las reiteradas quejas de los representantes de la aljama. Los oficiales reales no castigaban a los responsables de los disturbios que se fueron produciendo en esos años, por miedo a que la violencia popular se dirigiera contra ellos. Sin duda, el arcediano dominaba la calle, se sentía seguro y, quizás, llegó a verse como el elegido de la Providencia.
El caciller Pedro López de Ayala narra brevemente los incidentes en Sevilla y en otras ciudades, y las dificultades para detener los disturbios. Los detalles, por el momento, se nos escapan. La arqueología está empezando a proporcionar información más detallada al respecto. Por ejemplo, las excavaciones en la Cuirassa, el barrio judío de Lleida, han sacado a la luz los niveles de destrucción de las casas. En el caso del castil de los judíos en Molina de Aragón (Guadalajara) se puede asociar la destrucción y abandono de la sinagoga con los disturbios de 1391.
Como suele suceder, la mayoría de los responsables de los asaltos, robos y asesinatos quedaron sin castigar. Se echó la culpa de los mismos a la plebe, a los vagabundos e, incluso, a los extranjeros, como fue el caso de Valencia y Barcelona, en las que había en aquel momento mercenarios castellanos a la espera de partir a Nápoles. Sin duda, buena parte del patriciado urbano participó, pues vio la posibilidad de saldar sus deudas con los judíos, pero sus miembros no fueron juzgados, amparados en sus privilegios y en el silencio de todos. Como vemos, nada nuevo bajo el sol.
Prueba de la participación de la oligarquía urbana es el mismísimo Ferrán Martínez, quien, como ya dije, era una figura importante de la iglesia sevillana. A pesar de su evidente resposabilidad, no sufrió un duro castigo: se le prohibió predicar y estuvo preso sólo durante unos meses en 1395. Murió con fama de hombre santo en 1404. «En otras prendas fue varon excelente, especialmente en la caridad oficiosa, como devoto insigne de Santa Marta, a cuyo nombre dedicó un hospital famoso», escribe Diego Ortíz de Zúñiga en sus Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla (1677). Y continúa, más adelante: «el sepulcro del Arcediano fue visto con estimación, como del que viviendo la logró grandísima, sin que el enojo del rey en el que incurrió por el caso de los judíos se la disminuyese. Apenas persona ilustre de su tiempo murió en Sevilla que no le encargase su alma fiándole su albaceazgo; con esto en bien de los pobres fue dispensador de grandes obras pías y limosnas»
Su responsabilidad en la desgracia y el dolor de tanta gente no mermó la fama de hombre santo de la que gozaba en Sevilla. El excesivo celo antijudío no dejaba de ser una falta menor. No consta que se arrepintiera. Ni se le pasó por la cabeza.
El hospital de Santa Marta sigue funcionando, muy cerca de la catedral y la giralda. En su entrada una placa recuerda a su fundador.
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Placa en honor al fundador del hospital de Santa Marta de Sevilla
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Termino con una breve referencia biliográfica.
Síntesis de la fatalidad es un concepto que abordó Rafael Sánchez Ferlosio en un ensayo publicado, en 1990, en el primer número de Claves de Razón Práctica, la revista de Javier Pradera. Tenía un título muy expresivo: «Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir». Se trata de un refrán chino que se complementa, en el texto, con otro, en este caso castellano, que abunda en la misma idea: «Puestos a reñir, el cuchillo es el que manda».
Según Ferlosio, se entiende tradicionalmente como fatalidad todo aquello que sobreviene al margen y a despecho de toda intervención de la voluntad humana, cuando, por una serie de factores y errores cometidos por los propios humanos, el hombre deja de tener el control de los acontecimientos y su desarrollo, cual reacción química, se hace incontrolable.
La extensión de los asaltos de las juderías en el verano de 1391 es un caso de libro de síntesis de la fatalidad. Y mucho me temo que también lo va a ser el cambio climático si seguimos tensando la flecha en el arco
Foto de portada: Francisco Lameyer y Berenguer, Asalto a un barrio judío (ca. 1865). Museo Nacional del Prado.