carandeliana
¡Elegí mal día para dejar de fumar!
- Por ayaso
- 20 de Abril de 2022 a las 13:17
A Manolo Irles (Cartagena, 1960-2021).
Mi familia es una familia de emigrantes. Mi padre era de Vigo y mi madre de Ferrol, aunque criada en Puerto Real, Cádiz. Ambos, muy a su pesar, están enterrados, rodeados de secarrales, en un cementerio del Campo de Cartagena que, como otras propiedades, inmatriculó el obispado de Cartagena-Murcia de manera irregular. Yo soy también un emigrante que, después de vivir la mayor parte de mi vida en Granada, no sé muy bien de dónde soy ni a qué lugar me gustaría volver y morir. Sin raíces, he sido siempre un observador y no he logrado nunca emocionarme con las tradiciones locales.
Por esta razón, en mis tiempos de escolar, envidiaba a Manolo y a su familia, unos cartageneros que vivían con especial intensidad todo lo que atañía a la ciudad: su gloriosa historia y su mediocre presente, sus fiestas y tradiciones (tanto las antiguas como las modernas), el odio a Murcia por su responsabilidad en la decadencia de Cartagena, etc. En el caso de la Semana Santa, además de participar como nazarenos y «capirotes» (=penitentes), seguían el resto de las procesiones con una estricta liturgia que repetían punto por punto cada año: lugar dónde se veía tal «trono» (=paso), en qué bar tomar el asiático (un café típico de Cartagena, con leche condensada, coñac, licor 43, canela y un grano de café), dónde se cantaba la salve cartagenera y dónde, para finalizar, se tomaban el resopón. Vivían la Semana Santa como yo nunca la viví ni, ahora que soy un viejo descreído, la viviré.
Fue Manolo quien me dijo que en la Semana Santa de Cartagena se realizaba la ceremonia de la «Quema de Judas». Ninguno de los dos la vimos nunca, ya que fue prohibida antes de que naciésemos. Según él, por presiones de la iglesia. Según un periódico que he leído estos días, por el gasto que suponía para el ayuntamiento y el peligro de las carretillas que se explotaban en las calles. La quema de Judas se sigue celebrando en algunas localidades españolas y americanas, y llegó a celebrarse en el Protectorado español en Marruecos, me comentó un día un doctorando marroquí del departamento de Estudios Semíticos de la UGR.
En Coripe (Sevilla) no se celebra la quema de Judas sino la «quema del Judas», que no es lo mismo. El pueblo (un grupo restringido de personas, más bien) elige al personaje más impopular del año, que el Domingo de Resurrección es colgado en una higuera, tiroteado por los escopeteros del pueblo y, finalmente, quemado. Rodrigo Rato, Bárbara Rey, Miguel Carcaño, Ana Julia Quezada han sido algunos de los «Judas». En 2019 fue Carles Puigdemont, el presidente de la Generalitat, el elegido. Hubo protestas de las autoridades y de los partidos independentistas catalanes, pero el alcalde, cómo no, salió en defensa de la tradición.
Yihadista como Judas en Coripe
En la alocada Aterriza como puedas (Zucker-Abrahams-Zucker, 1980), Lloyd Bridges interpretaba al supervisor de la torre de control que se tenía que enfrentar a la crisis de hacer aterrizar a un avión de pasajeros en una situación extrema, precisamente el día en que había decidido empezar a dejar todas sus adicciones, y volvía a recaer, con resignación, en cada una de ellas: Looks like I picked the wrong week to quit smoking / drinking / amphetamines / sniffing glue.
Acabamos de celebrar la Semana Santa 2022. Han vuelto a salir en los titulares de la prensa la madrugá de Sevilla, los tambores de Calanda, los legionarios en Málaga, los salzillos de Murcia, etc. Me pregunto si es necesario que ocupen titulares y que se le dé tanta publicidad. Se vende tradición, religiosidad popular, espectacularidad, fervor cofrade, pero yo aprecio aspectos más oscuros. Una religiosidad rancia, unas procesiones en las que la sociedad está claramente estructurada por función y sexo y unas formas ostentosas de manifestar la fe para evitar el qué dirán propias de otro tiempo. Todo aderezado con un marcado antijudaísmo.
Semana Santa es el ejemplo de la violencia antijudía ritual, cíclica y, por lo general, de baja intensidad, para diferenciarla de la violencia sísmica del pogrom clásico, imprevisible, irracional y destructiva, en la que vivieron los judíos hispanos en la Edad Media. Un momento para no significarse, para no «provocar» a los cristianos. Mejor quedarse en casa, cerrar las contraventanas y esperar a que pasen las celebraciones. !Para los judíos hispanos, la Semana Santa era un mal momento para dejar de fumar!
Puerto de Cartagena
Termino con Cartagena. El pasado 31 de marzo se inauguró un monumento en el puerto de Cartagena en recuerdo de los judíos expulsados en 1492. La escultura, obra del mexicano José Sacal, se titula El abrazo y ha sido un regalo de la fundación hispano judía a la ciudad, por ser su puerto «el último paisaje de Sefarad que vieron los judíos expulsados».
En realidad, Cartagena fue sólo uno de los puertos del Mediterráneo desde los que salieron los judíos, bien en dirección al Norte de África, bien a Italia (en especial, Génova). La mayoría de los judíos prefirieron el camino menos peligroso: cruzar La Raya e instalarse en Portugal. Sobre los judíos de Cartagena se sabe poco. La ciudad vivió un momento de extrema decadencia en la Edad Media, del que no se recuperó hasta el siglo XVI, cuando se convirtió en el puerto de Castilla en el Mediterráneo. Publiqué hace años un artículo al respecto en Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos (MEAH), una pequeña contribución en homenaje a la tierra de mi infancia. Allí recogí el relato de las aventuras de Luis de la Isla, tal como aparecen en un documento inquisitorial que editó el padre Fidel Fita.
Luis de la Isla fue un judío de Illescas que salió por Cartagena en 1492 (debía ser un niño). Estuvo en Italia. Regresó a España, donde se bautizó. Tras probar fortuna en tierras peninsulares, volvió a salir (ya no se sabe si desde Cartagena) rumbo a Italia, Grecia y Egipto, donde se encontró con la hostilidad de sus antiguos correligionarios. De vuelta a España, terminó en una cárcel de la Inquisición de la que procede el documento en la que relata sus desgracias.
Cuando fuimos compañeros de piso de estudiantes en Murcia, Manolo nos enseñó una forma de conjurar el peligro de una visita inoportuna a casa: poner una escoba con el cepillo hacia arriba detrás de una de las puertas. Y adoptamos esa costumbre cada vez que alguien no deseado aparecía por nuestro piso de la calle del Carmen. No hacía falta una orden: el que estaba más cerca decía «voy a por la escoba», y ya todos sabíamos que se habían adoptado las medidas defensivas. Tengo la sospecha que puede haber sido una costumbre que le haya venido a Manolo por la familia de su madre, que llegó a Cartagena desde Burguillos (Toledo) durante la Guerra Civil.
En el volumen de MEAH-Hebreo de 2020 publicamos un artículo sobre el glosario de dialecto judeo-marroquí o haketía de José Benoliel, y me sorprendió encontrar en él una referencia al uso de la escoba para espantar a las visitas.
Obviamente, todos estos usos o supersticiones populares –lo mismo sucede con la comida–, pueden encontrarse en grupos humanos diferentes que comparten un origen común: pueden ser patrimonio de judíos y cristianos de tierras toledanas, pero ahora que escribo estas líneas en recuerdo de mi amigo no puedo dejar de pensar en que los Saavedra de Burguillos, que repitieron, por diferentes razones, el viaje que hiciera el judío de Illescas en 1492, podrían tener con el desventurado Luis algo más en común que el origen toledano.
Que te sea la tierra leve, Manolo.
Foto: Giotto, El beso de Judas. Capilla de los Scrovegni, Padua.