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Ahora que de casi todo hace cuarenta años
- Por ayaso
- 31 de Agosto de 2022 a las 21:10
En 1608, con sesenta y un años, un anciano para la época, Mateo Alemán y Nero (Sevilla, 1547-México 1614) se embarcó en Cádiz, con algunos de sus familiares, para empezar una nueva vida en México.
En 1581 ya había intentado emigrar al Nuevo Mundo. Parece ser que consiguió la autorización para trasladarse al Perú, pero al final no llegó a embarcarse y se quedó en España. Tenía entonces treinta y cuatro años y, según sus propias palabras, era alto de cuerpo, de nariz larga y barbitaheño escuro (pelirrojo).
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Primer acto: Sevilla, 1480.
La vida de Mateo Alemán quedó marcada por algo ocurrido mucho antes de que naciera: el descubrimiento, en 1480, de un complot urdido por un grupo de importantes conversos sevillanos en contra de los inquisidores, que entonces iniciaban sus actividades en la ciudad y hacían sonar todas las alarmas entre los cristianos nuevos.
A la cabeza de los conjurados estaba un veinticuatro de Sevilla, Diego de Susán, hombre de gran poder político y económico, como reconocía Andrés Bernáldez, el cura de Los Palacios, en su crónica: «Decían que valía lo suyo diez cuentos (=millones) e que era gran rabí».
Los hechos están recordados en la tradición y el folklore sevillanos como una trágica historia de amor. La protagonista es Susona (Sara), la «fermosa hembra», hija de Diego de Susán, quien, en vez de esperar a que su padre le concertara matrimonio con el hijo de otro linaje converso, se enamoró de un cristiano viejo de la familia de los Guzmanes. ¡Ay, el amor, ese estado de «imbecilidad transitoria», como Manuel Cruz lo definió en un artículo en El País! Por miedo a que su enamorado sufriera algún daño, la Susona ben Susán traicionó a su padre, denunciando el complot que se preparaba.
Abandonada por su amante, Susona vivió el resto de su vida abrumada por los remordimientos. Reginaldo Rubino, obispo de Tiberiades, dispuso que se metiera a monja, pero ella salió del convento antes de profesar. Como suele suceder en este tipo de historias, la fermosa fembra, perdida su legendaria belleza, murió en la miseria después de llevar una agitada vida. En su testamento dispuso que se pusiera su calavera sobre la puerta de la casa donde «había vivido mal, para ejemplo é castigo de sus pecados».
Sevilla. Barrio de Santa Cruz. Ventana de la que colgaba la calavera de la Susona
Foto web
Según el Ms. 1419 de la Biblioteca Nacional de Madrid (fol. 133 vº) conocemos los nombres de los conversos implicados en el caso: Susán, «padre de la Susana, la hermosa fembra»; Benadeva, «padre del canónigo Benadeva y sus hermanos»; Abolofia, «el perfumado»; Alemán, «poca sangre, el de muchos fijos Alemanes»; Pero Fernándes Cansino, veinticuatro y jurado de San Salvador; Alonso Fernández de Lorca; Gabriel de Zamora, veinticuatro de Sevilla; Ayllón Perote, «el de las Salinas»; Medina, «el Barbado, hermano de los Baenas, obligado de dar carne a Sevilla»; Sepúlveda y Cordobilla, «hermanos que tenían la casa del pescado salado de Portugal»; Pero Ortiz Mallite; Pero de Jaén, «el Manco, y su hijo Juan de Almonte»; los Aldafes «deTriana, que vivían en el Castillo»; Álvaro de Sepúlveda, «el viejo padre de Juan de Jerez de Loya»; Cristóbal López Mondadina (o Mondadura). Unas notas marginales en el ms. explican que los cuatro primeros y Loya murieron quemados en el brasero que el Santo Oficio dispuso en el prado de San Sebastián, muy cerca de la actual facultad de Filosofía y Letras de la Hispalense.
El antepasado de nuestro escritor que se vio implicado en el complot, Juan Alemán, el Pocasangre, era jurado de Sevilla y mayordomo del concejo; es decir, el que administraba sus finanza. En 1482 todavia estaba encarcelado, pues había recurrido a Roma, pero fue finalmente ejecutado en 1483. Su mujer, Juana Díaz, huyó al Algarve. Sus numerosos hijos aparecen en las posteriores listas de habilitaciones y composiciones. Obviamente, todos los bienes del reo, que debían ser importantes, fueron confiscados. Sabemos que la casa fue vendida en almoneda en 1497.
Tener un familiar condenado a muerte por la Inquisición suponía una pesada carga para sus descendientes. Quizás para intentar borrar ese rastro de confeso, la pesada herencia del «Pocasangre», Mateo Alemán fue, como buen sevillano de pro, miembro de una hermandad de penitencia. Profesó como hermano de la insigne Cofradía del Dulcísimo Jesús Nazareno y Santísima Cruz de Jerusalén, la de «los Nazarenos», de la que llegó a ser hermano mayor. Como tal negoció en 1579 la compra de la capilla de San Antonio Abad para sede de la hermandad y debió intervenir en la redacción de sus ordenanzas.
Pese a todo, la ciudad que tiene un color especial, la que sigue teniendo su duende y huele todavía a azahar, como proclamaban Los del Río en la canción que les escribió uno de los Morancos, no fue una madre para Mateo Alemán sino la clásica madrastra (L. Gómez Canseco, La Sevilla odiada por Mateo Alemán. Minervae Baeticae. Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, 2a época, 41, 2013).
Converso malgré lui (Pocasangre a su pesar, parafraseando una de las últimas novelas de Gonzalo Torrente Ballester), escritor, servidor público y desafortunado hombre de negocios; más bien, mercachifle siempre acosado por las deudas, de Mateo Alemán se conserva un interesantísimo retrato. Es el grabado de Pedro Perret que aparece en la edición príncipe de la primera parte del Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana (Madrid, 1599). En él son reconocibles los rasgos con los que se describía en 1581: nariz larga y oscura barba roja, a los que se une un copete (mechón de pelo levantado sobre la frente), un controvertido afeite masculino de moda entonces. Como escribe Francisco Rico, Alemán «aparece de medio cuerpo, con rico jubón labrado, y escarolados puños y cuello, la capa terciada; la mano izquierda se apoya en un libro cerrado y abrochado (¿una obra de Cornelio Tácito?); el brazo derecho está doblado y el dedo índice apunta a una empresa» (=emblema, jeroglífico o divisa), situada en el ángulo superior derecho. En el ángulo opuesto, aparece el escudo de armas.
El blasón de la izquierda tiene una lectura directa y clara: su objetivo es borrar al incómodo «Pocasangre» y hacer remontar sus orígenes familiares a unos nobles alemanes llegados a España al servicio del emperador Carlos V. En el centro, aparece un águila bicéfala cargada de un león pasante. Como remate, un yelmo de hidalgo, con una segunda águila bicéfala como cimera.
La empresa es más compleja y refleja el pesimismo del autor. El motivo central es una araña que cuelga de un hilo sobre una descuidada serpiente o áspid. Según Rico, la imagen está tomada de Aristóteles (Historia de los animales, IX,39) y de Plinio el Viejo (Historia Natural X, 74,206). El icon es de lectura compleja, ya que Alemán elige dos animales infames (¡no suele ser común relacionar a la serpiente con la prudencia!). El mote o lema es igualmente oscuro, y poco ayuda a la comprensión del jeroglífico. «Ab insidiis non est prudentia» viene a significar tanto «no hay prudencia que resista al engaño» como «lejos de los engaños uno no se vuelve prudente» (Pierre Darnis, Studia Aurea, 2012).
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Segundo acto: Madrid, 1607.
En la Villa y Corte Mateo Alemán tuvo mejor fortuna. Entró al servicio del rey como contador de resultas (oficial del contador mayor o interventor de cuentas de la Real Hacienda). Como juez visitador se encargó, por ejemplo, de investigar el estado de las cuentas de las minas de Almadén, arrendadas por la Corona a los Fugger, la rica familia banqueros alemanes. Allí conoció la situación de los galeotes que redimían sus condena trabajando en las durísimas condiciones de las minas de mercurio, unas experiencias que posteriormente plasmará en su obra (F. Rodríguez Mansilla, Almadén: Mateo Alemán, contador, en En los márgenes del siglo de Oro. New York, 2020) Al contrario de lo que le sucedió en Sevilla, en Madrid nuestro autor entró en contacto con una pequeña élite de gentes de letras, que sobrevivían, como él, como funcionarios reales.
En 1597, cuando ya había terminado de componer la primera parte del Guzmán de Alfarache, cuya edición se retrasaría hasta 1599, describía la penosa situación en la que encontraba en una carta dirigida a un amigo. En el umbral de la vejez, a un paso de la muerte, habla de su tristeza, del oprobio que le ahoga, de sus infortunios y achaques, de la familia lejana y de la soledad (E. Cross, Deux épîtres inédites de Mateo Alemán. Bulletin Hispanique, 67, 1965).
No encuentra otra solución que marcharse lejos. Y esta vez no hay vuelta atrás.
Según leemos en los documentos conservados, en abril y mayo de 1607 Mateo Alemán hace donación a Pedro de Ledesma, secretario del Consejo de Indias, de las casas que tenía en Madrid y le transfiere el poder de imprimir y vender la segunda parte del Guzmán de Alfarache y su biografía de San Antonio de Padua por el tiempo que queda de los 10 años de privilegio que poseía, que es lo más cercano a los derechos de autor de hoy en día. Es un evidente cohecho gracias al cual Mateo Alemán y su peculiar comitiva, compuesta por dos hijos de corta edad (de madre desconocida), una «hija» de 24 años, una sobrina de unos 40 y dos criados, reciben permiso para embarcarse rumbo a México.
Francisco García Guerra (1547-1612)
Tercer acto: México, 1614.
La flota de Indias retrasó su salida porque parte de sus navíos fueron destinados a neutralizar el peligro de una flota holandesa (o inglesa) que se encontraba por el golfo de Cádiz. El grupo de Mateo Alemán se instaló en Trigueros, una población del condado de Niebla, hasta junio de 1608, momento en el que finalmente zarparon las setenta naves que componían la flota.
El bueno de Mateo Alemán, achacoso, oscuro y desengañado, quiso dejar atrás todo su pasado, incluida su mujer, Catalina de Espinosa, con la que, después de varios aplazamientos, se había casado en 1571 acuciado por una deuda que pagó con parte de su dote. Quien sí le acompañaba era Francisca Calderón, a la que hizo pasar como hija pero que en realidad era su amante: una joven «de veinticuatro años, trigueña, con un lunar debajo de la oreja izquierda».
Durante la travesía, que duró dos meses, nuestro escritor intimó con fray Francisco García Guerra, arzobispo de México y futuro virrey de Nueva España, quien debió ser su protector hasta su muerte por accidente en 1612. Nada más llegar, Alemán publicó en México su Ortografía castellana. En las dedicatorias de dicha obra vemos el optimismo con el que encaraba su nueva vida en la ciudad:
«Recibe agora, pues, ¡oh, ilustre ciudad generosa!, este alegre y venturoso peregrino, a quien su buena fortuna trujo a manos de tu clemencia, que, como el trabajador fatigado del riguroso sol en el estío, desea repararse del cansancio, debajo del regalo de tu sombra».
Siempre me había imaginado los últimos años de vida de Mateo Alemán como una vejez tranquila, alejada del mundanal ruido, en una hacienda rodeada por la inmensidad del paisaje mexicano, pero parece que no fue así. Me temo que he visto demasiados westerns de John Ford o Howard Hawks!
Es probable que la suerte se le volviese adversa después de la muerte de su protector. Así mismo, parece ser que el rico pariente que tenía en San Luis de Potosí, y del que esperaba ayuda, murió años antes de su llegada a un México que, sin ayuda de ningún tipo, no era un país para viejos.
Gracias a una documentación del archivo del arzobispado de Sevilla tenemos noticia sobre la muerte de Mateo Alemán. La documentación se refiere al expediente para la creación de una capellanía que mandó fundar doña Catalina de Espinosa, la esposa abandonada. Dicha capellanía ofrecería «missas perpetuas por su anima y de sus padres y difuntos e por el anima de mateo aleman su marido desde el dia de su fundazion en adelante y para siempre xamas». Doña Catalina, la mujer abandonada de la que nunca se habla, se mostró generosa en su testamento con el bala perdida de su marido.
Fallecida doña Catalina en marzo de 1619, se abrieron diligencias para saber si su marido seguía vivo. Por el relato de los testigos y familiares sabemos que Alemán falleció en 1614, a los 67 años, dos años después de la muerte del virrey su protector, en la más absoluta miseria, de manera que su albacea, Baltasar de Cabrera, había tenido que pedir limosna a conocidos y allegados para poderlo enterrar (Juan Cartaya Baños, Arhcivo Hispalense, 285-287, 2011).
Había pasado seis años de su vida en México. Mateo, si naciste para martillo, del Cielo te caen los clavos. Amén.
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Epílogo: Ahora que de casi todo hace cuarenta años.
Dentro de un mes voy a cumplir 62 años y he hecho mía, con una ligera modificación, una frase que solía decir el poeta Jaime Gil de Biedma: «ahora que de casi todo hace veinte años».
A esta edad, debería verme reflejado en un célebre soneto de Joachim du Bellay que, para nuestra desesperación, pues carecíamos del nivel suficiente, los padres franciscanos de Cartagena, Dios los perdone (que yo no puedo), nos hicieron traducir en la asignatura de historia de la literatura francesa de 5º de bachiller (Herreux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage):
Feliz quien como Ulises ha hecho un largo viaje,
O bien como aquel otro que conquistó el toison,
Y a casa tornó luego, maduro, experto y sabio
A vivir con los suyos el resto de sus años
Yo no tengo lugar al que volver ni gana alguna de quedarme en la ciudad en la que, desde hace…. cuarenta años, vivo. Sabiendo que tengo los días contados, como hijo de emigrantes no me queda otra que seguir adelante. Evidentemente, no voy a intentar ningún tipo de aventura americana, como hizo mi abuelo Manuel Martínez cuando dejó de trabajar en los astilleros de Bazán de San Fernando. Su aventura en Venezuela duró «lo que dura un pez de hielo en un whisky on the rocks». Sus hijos e hijas lo tuvieron que rescatar, porque no tenía ni para pagarse el pasaje de vuelta a Cádiz. Otro que no tuvo suerte en los negocios!
Pienso en un pueblo perdido en Tierra de Campos, aunque allí no quieren a viejos que agudicen los problemas de asistencia sanitaria, sino a jóvenes parejas con hijos que ayuden a mantener abiertas las escuelas. ¿Tendré que recurrir a un funcionario corrupto?
Terminado de redactar el día 31 de agosto de 2022, día de San Ramón Nonato, santo patrón de mi padre, d.e.p.
Ilustración: Retrato de Mateo Alemán.
Grabado de Pedro Perret.
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