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Ester Handali y el general Clúster
- Por ayaso
- May 8, 2022, 7:42 p.m.
Jerez de la Frontera es una ciudad con un enorme atractivo. La ciudad conserva un patrimonio histórico y artístico envidiable, a lo que se une la vitalidad de su cultura flamenca, la industria del vino y la cría de caballos de raza andaluza, sin olvidar los deportes del motor en el circuito que construyera el polémico alcalde andalucista Pedro Pacheco. La crisis de 2008 fue especialmente grave en Jerez: la ciudad se convirtió en la imagen de una España cuya economía podía ser intervenida en cualquier momento por el eurogrupo, a cuyo frente estaba el durísimo ministro holandés de Finanzas Jeroen Dijsselbloem; los famosos y temidos «hombres de negro» que ya habían aplicado un durísimo correctivo a Grecia. Los titulares de los periódicos hablaban de ciudad fallida, de la bancarrota a la que se había llegado por el despilfarro y la mala gestión de sus alcaldes. Recuerdo un reportaje fotográfico que salió, si no me equivoco, en El País Semanal con imágenes de pobreza, abandono y conflictividad social. También levantó ampollas un documental de la BBC. En fin, fueron los tiempos del «Spain is pain».
Esos tiempos son ya pasado, pero dejaron muchos recortes y muchos damnificados. En la actualidad, una pandemia que no termina de irse y unos precios de la luz y de los carburantes desbocados a causa de la guerra en Ucrania nos muestran que toda recuperación económica es frágil y podemos volvernos a encontrar en una situación apurada en un futuro próximo. Esto hace que se vea la necesidad de ampliar las fuentes de riqueza de nuestras ciudades apostando por nuevas iniciativas.
En el caso de Jerez, un grupo de empresarios ha anunciado su interés por que se aproveche el atractivo turístico del pasado judío de la ciudad.
Jerez tuvo una de las juderías más importantes de la Andalucía cristiana en la Baja Edad Media. Conocemos su ubicación gracias a un texto excepcional: la descripción de la judería que aparece en el Libro del Repartimiento de Jerez de la Frontera, del que se conserva una copia de 1338 en el archivo histórico de la ciudad. El padre Fita publicó el texto en el Boletín de la Real Academia de la Historia (1887) y, más recientemente, Manuel González Jiménez, catedrático de la Universidad de Sevilla, realizó el estudio y edición del Libro del Repartimiento (Cádiz, 1980). Sobre los judíos jerezanos destacan los trabajos clásicos de Isidore Loeb y de Hipólito Sancho de Sopranis. Por último, y sin ser exhaustivo, un investigador jerezano formado en la UGR y en la UCA, Miguel Ángel Borrego, va a sacar en breve un libro en el que aporta nueva documentación sobre la comunidad judía.
Hace unas semanas, los medios locales anunciaban la formación de un clúster para poner en valor el espacio de la judería e incluirlo en la oferta turística. No me voy a poner aquí en plan purista del idioma. No soy Fernando Lázaro Carreter, ex director de la RAE, ni pienso como él; tampoco este blog quiere emular su célebre columna «El dardo en la palabra». He de reconocer, sin embargo, que el término clúster me pilló desprevenido y tuve que recurrir a Google en busca de una definición. Resulta que clúster es «un grupo de empresas interrelacionadas que trabajan en el mismo sector y que colaboran para obtener beneficios comunes». Podían haber escrito «grupo o asociación empresarial», no les hubiera costado mucho, pero el inglés se ha convertido en la lengua de las finanzas y del mundo empresarial. Pienso en don Fernando y en su fracasada cruzada contra los anglicismos en nuestro idioma.
Por similitud fonética, como si yo fuera el despiadado crítico gastronómico de Ratatouille de Pixar (Brad Bird, 2007), clúster me llevó directamente a mi infancia en blanco y negro, a Errol Flyn conduciendo al séptimo de caballería al desastre en Murieron con las botas puestas (Raoul Walsh, 1941). Así nació el personaje del general Clúster que da título a este post, que bien podría ir cantando aquello de «mi jaca galopa y corta el viento cuando pasa por El Puerto caminito de Little Bighorn». Perdón por un chiste tan malo. No lo he podido evitar.
Jerez en el Civitates Orbis Terrarum
Sin duda la iniciativa empresarial supone una estupenda oportunidad para avanzar en el estudio de la judería jerezana, pero no debemos olvidar que investigadores y técnicos de patrimonio tienen objetivos y tiempos diferentes a los de los empresarios, que obviamente quieren rentabilizar cuando antes su inversión y suelen tener pocos escrúpulos a la hora de vender un producto a los turistas, como observo en mi barrio del Realejo de Granada. Espero que el servicio de patrimonio del ayuntamiento, el museo arqueológico y el Centro de Estudios Históricos Jerezanos (CEHJ) controlen las actuaciones y que esta buena sintonía con los empresarios de hostelería les permita investigar en zonas ahora vedadas para conocer mejor la transformación del barrio y la ubicación de la sinagoga, que se supone que se encuentra en los jardines de uno de los hoteles.
La tarea de ofrecer un producto cultural atractivo para un turismo familiar no es sencilla. En todos los sitios se repiten las mismas ideas: centros de interpretación, mercados medievales, cuentacuentos, dramatizaciones, etc. En mi condición de viajero interesado por el pasado judío, tengo que decir que las dramatizaciones son una apuesta arriesgada, en la que se corre el peligro de caer fácilmente en el ridículo. Recuerdo una de mis primeras visitas al castillo de Lorca, que ofrecía un paquete familiar denominado «La fortaleza del Sol». Nos pasamos un rato huyendo del alcaide, un tipo orondo que nos perseguía al grito de «sepan vuesas mercedes». Como el terreno era pedregoso y tenía una ligera pendiente, el alcaide terminó por dejarnos en paz. No debía ser fácil para él correr entre las piedras con las vestiduras que llevaba y, además, debió pensar que en el contrato no se especificaba la persecución de «ganado mostrenco» (véase las diferentes acepciones en DEL). El alcaide, el ballestero y otros terminaron desapareciendo de la fortaleza del Sol, como también desapareció un simulacro de ascensor-máquina del tiempo que aterrorizaba a los niños.
Voy a aprovechar aquí para hacer dos sencillas propuestas. La primera, esconder esos cables que afean el rotulado de las calles. La segunda es un poco más compleja, pero no mucho. Evitar en el futuro recreaciones arquitectónicas como la del centro comercial levantado en plena judería que se parece a una sinagoga. Es de mal gusto y, además, lleva al equívoco. En una ocasión tuve que intervenir en un foro de internet en el que unos turistas que habían estado en Jerez protestaban porque se había utilizado la sinagoga para hacer un establecimiento comercial. Les tuve que explicar que no era la sinagoga original de Jerez sino un edificio moderno que se había construido imitando una sinagoga, no medieval sino una de las muchas que se levantaron en las ciudades de Europa central en el siglo XIX gracias a la Emancipación. No sé si el centro comercial La judería funciona en la actualidad. En las dos últimas ocasiones en las que he estado en Jerez me dio la sensación de que el centro no había dado resultado y estaba cerrado.
Para terminar, me queda hablar brevemente de Ester Handali, la segunda protagonista del post, ejemplo del éxito profesional y reconocimiento social que tuvieron algunos de los judíos sefardíes que llegaron al imperio otomano tras la expulsión. Es de sobra conocido el caso de Mosheh Hamón (1490-1567), miembro de una familia de médicos originaria de Granada, quien llegó a ser médico personal de Solimán el Magnífico. El caso más sobresaliente de ascenso social fue el de una mujer, Doña Gracia Nasí, de cristiana Beatriz de Luna (1510-169), una de las mujeres más ricas de la época.
Ester Handali ejerció de kira (Del griego, kyra, kiera = señora) en la segunda mitad del siglo XVI. Las kiras eran las mujeres no musulmanas a las que se permitía entrar en el Serrallo para que sirvieran de agentes de las mujeres del harén en el mundo exterior para temas diversos. Desde esta posición de estrecha confianza, muchas de ellas desarrollaron otras actividades de intermediación económica con personajes importantes de la corte.
Lo que se sabe de Ester no es mucho. Lleva el apellido de su marido, el mercader Eliyah Handali, pero se piensa que era una judía sefardí originaria de Jerez de la Frontera (no he encontrado la referencia precisa). Por las fechas, debió salir expulsada con su familia a edad muy temprana, aunque lo más probable es que fuera una conversa que salió de España huyendo de la Inquisición, que sembró el terror entre los cristianos nuevos por la dureza de su actuación en los primeros años de su establecimiento. Ester fue la confidente de Nur Banu, la favorita del sultán Selim II y madre de Murad III, lo que le permitió ejercer una decisiva influencia de los asuntos de la corte otomana y en la comunidad judía, de la que fue una generosa benefactora, ayudando a rabinos y otros estudiosos, como el médico Samuel Sullam.
Como suele suceder, no tuvo un final tranquilo. Quien vive de las intrigas, muere también por las intrigas. Albert Levy (1896-1963), periodista originario de Salónica instalado en Nueva York, dedicó un poema a las mujeres judías en el harén, disponible en la página del Stroum Center for Jewish Studies de la Universidad de Washington (Seatle).
Es el momento de terminar este post. Sólo me resta recordar que los descendientes de estos judíos y estas judías sefardíes, con un pasado exitoso en la diáspora o, por el contrario, con una vida mediocre, como es la del común de los mortales, llegarán a Jerez con la ilusión, más o menos fundada, de reencontrarse con sus orígenes, y debemos ofrecerles seriedad, respeto y conocimiento, no productos banales de dudoso gusto. No vivimos en los tiempos en los que se despachaba a los turistas de la Costa del Sol con algo parecido a una paella (acompañado por algo parecido a la sangría). Hoy en día los turistas tienen cauces para manifestar su desagrado y sus críticas.
Foto de portada: Página inicial del comentario al Pentateuco de Rashi que fue propiedad de Juan de Góngora, arcedinano de Jerez, posteriormente ejecutado por la Inquisición. El comentario está en la Biblioteca Capitular y Colombina de la catedral de Sevilla, excepto algunas de las páginas más ricamente decoradas que fueron arrancadas y, posteriormente, vendidas a particulares o coleccionistas. Esas páginas, entre las que se encuentra la de la foto, se encuentran hoy en la fundación Lázaro Galdiano de Madrid.